Desde 1999, cada 12 de agosto se celebra el Día Mundial de la Juventud, una ocasión especial para analizar la situación de los jóvenes, recordar los muchos problemas que afectan a la juventud mundial, y reivindicar más y mejores políticas destinadas a solucionar estos problemas, mejorar sus condiciones de vida, y aumentar las expectativas de futuro de los jóvenes en todo el mundo.
Casi 10 años después de que las Naciones Unidas declararan este día para los jóvenes y pese a que no cabe duda de que el desarrollo de las sociedades es el desarrollo de sus jóvenes, éstos siguen siendo un sector de la población mundial altamente desfavorecido.
La realidad es incontestable, 800 millones de jóvenes viven con 1,30 Euros al día, más de 200 millones están desempleados y 10 millones están enfermos de SIDA. Según cifras de la ONU, en el año 2025 habrá en el mundo más de 1.300 millones de jóvenes, por tanto se puede concluir que para la inmensa mayoría de jóvenes del mundo “no hay futuro”.
A diario las noticias nos tienen acostumbrados a cumbres que hacen bandera de grandes acuerdos contra el hambre, la lucha por la alfabetización o la prevención del SIDA, todo ello adornado bajo el paraguas de Naciones Unidas. Y siempre la misma pregunta: ¿Para qué sirve si el país más poderoso del mundo se pasa por el forro lo que se decida en la ONU? ¿Para qué sirve si la Unión Europea blinda sus fronteras para mantener a ralla a aquellos que buscan mejor fortuna? Probablemente para muchas cosas, pero resulta frustrante pensar que esto es todo lo que se puede hacer (o interesa hacer) desde las altas esferas del mundo.
La gran mayoría de países desarrollados incumple el compromiso de aportar el 0,7% del PIB a cooperación al desarrollo. España no se salva aunque según la OCDE es el país que más ha incrementado la ayuda hasta llegar al 0,41% del PIB, un 34% más desde que Zapatero es presidente.
Por lo que se refiere al club de amigos del G-8, quizá deberían revisar su nombre, ya que son los menos solidarios, Estados Unidos, Japón o Italia no pasan del 0,17% del PIB.
La clase política mundial parece estar a otras cosas, anclada en el mensaje del miedo y dispuesta a todo para que sus votantes piensen que sólo con ellos el futuro será un lugar seguro. De vez en cuando un anhelo de esperanza, a alguien se le ocurre hablar de alianza de civilizaciones, campaña contra el hambre o mejoramiento social de los humildes. Pero es sólo un anhelo, no tardan los líderes conservadores en tachar este tipo de iniciativas de utópicas.
Si los líderes políticos tachan de utópicas iniciativas que buscan paliar el clamor de los pobres de la tierra, simplemente es que están abocados al fracaso. Y en ese momento es cuando la sociedad civil debe tomar la palabra y pasar a la acción, la utopía es realizable y empieza con la voluntad firme de cada uno de nosotros.
Héctor Díez Pérez
Secretario General